Ya conocen ustedes que unas de las divisiones entre seres humanos que de más éxito han gozado a lo largo de la historia es la que separa a los que son de Ciencias y los que son de Letras, y a mí, seguramente, la mayoría de ustedes, incluso yo mismo, me catalogaría como un hombre de números.
Es verdad, esa es mi formación, la de economista, y alrededor de los números se ha desarrollado buena parte de mi tarea profesional como profesor universitario y como responsable de una entidad financiera.
Pero enseguida pensé que la mayoría de los que van a visitar esta Feria del libro tampoco se consideran a sí mismos como expertos en literatura, ni en bibliotecas ni nada de eso, sino que será gente que, con un libro en las manos, disfruta leyendo, aprendiendo, reflexionando o estimulando su imaginación o su memoria.
Y eso, queridos amigas y amigos, sí que lo tengo en común con todos vosotros y ese es el motivo personal que me llevó a aceptar la invitación del alcalde Landaluce.
No obstante, la principal motivación para estar aquí no es tanto de índole personal, sino que tiene que ver con mi trabajo como presidente en la Fundación Cajasol.
En efecto, hoy recojo el testigo de una importante lista de pregoneros, de la que permítanme que solo cite a mi antecesor, Alberto Galán, presidente de la Unión Fotográfica y Cinematográfica Algecireña, a la que estuvo dedicada la anterior edición de la Feria del Libro con motivo del 40 aniversario de su fundación.
Y me tomo esta enorme distinción como un reconocimiento a la labor que realiza la Fundación Cajasol que tengo el honor de presidir.
Para nosotros ha sido una gran satisfacción colaborar con esta edición de la Feria porque se enmarca en el gran esfuerzo que hacemos a lo largo de todo el año para la promoción de la cultura, que constituye una de las señas de identidad de la Fundación Cajasol.
Precisamente, muchas de estas iniciativas de carácter cultural en las que participamos o que acogemos en alguna de las sedes de nuestra Fundación consisten en la presentación de libros.
Créanme si les digo que la presentación de un nuevo libro, sea del tema que sea, sea de un escritor novel o de un autor consagrado, es de los actos más gratificantes y más ilusionantes en los que uno puede participar.
Libros, por supuesto, los hay de todas clases, unos aportan más, otros aportan menos y posiblemente cada año apenas un puñado de ellos van a lograr introducirse en el selecto y reducido grupo de obras que pasarán a la historia de la literatura o de cualquier otra rama del conocimiento.
Sin embargo, ese conjunto de obras supone un auténtico universo de sabiduría, de imaginación o de memoria, y desde luego, expresa una gran voluntad de encuentro.
Eso es lo más importante y lo que sin duda más caracteriza a un libro: compartir. Un libro puede ser muy distinto de otro, pero a todos les une una misma cosa: han sido escritos con la voluntad de que sean leídos, de compartir una historia, una reflexión, un estudio.
Así que coincidirán conmigo que una feria del libro no es cualquier cosa sino un auténtico homenaje a todo ese esfuerzo que supone la tarea de escribir y la voluntad de compartir.
Y si además esa Feria del Libro se celebra, como en este caso, en una ciudad que es como pocas en el mundo símbolo de encuentro, entonces la importancia es mucho mayor.
En efecto, Algeciras, con su posición privilegiada en el Estrecho, es símbolo de encuentro: entre dos mares, encuentro entre dos continentes, encuentro entre culturas. Esta ciudad, por tanto, forma parte de un territorio simbólico que constituye una parte sustancial de su patrimonio cultural e histórico.
Porque la historia no son solo piedras, de ninguna manera.
Por ejemplo, creo que todos los aquí presentes coincidirán conmigo en que la aportación que hizo el arte, la magia y en definitiva la música de Paco de Lucía a esta ciudad es tan importante o más que cualquier monumento.
Así es: Algeciras es una urbe milenaria y diversa que alumbró en el siglo XX al que a buen seguro ha sido uno de los más importantes músicos de todos los tiempos: Francisco Sánchez Gomes, Paco de Lucía, el hijo de la portuguesa.
Hablar de Paco de Lucía nos permite también valorar algunos cambios que se han producido en esta ciudad. Y aunque es verdad que muy pocas ciudades permanecen incólumes al paso del tiempo, tal vez convenga resaltar la evidencia de que no todos los cambios han sido a peor. Desde luego, los que tienen que ver con la cultura y la educación, ni mucho menos.
Cuando Paco de Lucía no era más que un niño de cuatro o cinco años, solía hacer con su familia lo mismo que la generación de algecireños de la dura posguerra en los escasos tiempos de ocio: pasear y estar en la Plaza Alta.
En aquel entonces, inicios de la década de los cincuenta, esa plaza todavía no acogía una Feria del Libro a la que aún le quedaba un cuarto de siglo para nacer (1975). Recordemos que aquella España de los 50 era entonces un país donde muchísimos niños nacían en casas sin libros.
Y era también, duro es decirlo, un país sin apenas bibliotecas ni, por supuesto, centros documentales como este en el que nos encontramos, que lleva el nombre de otro mito de las letras que vio su primera luz en la vieja Isla Verde: José Luis Cano.
Entonces no se guardaba la memoria de hijos de esta tierra tan valiosos como este gran cronista, tal vez uno de los mejores, de la Generación del 27, que dejó su poso de mimo por las letras no solo en sus Sonetos de la Bahía, sino en todo su rastro literario. Hoy, sí se defiende y protege esa memoria. Y ese cambio también es un cambio a mejor.
En efecto, esta ciudad ha dado el nombre de José Luis Cano a la fundación municipal de Cultura, a una calle y a este magnífico y moderno edificio del Centro Documental en el que nos encontramos, además de velar porque se respetase urbanísticamente la casa en la que nació. También la Feria del Libro, dedicada este año al Siglo de Oro, estuvo dedicada a él en una de sus pasadas ediciones.
Traigo esto a colación porque los libros son también un instrumento fundamental para preservar la memoria o para recuperarla cuando corre el riesgo de perderse.
Hace apenas unos años, en el centenario de su nacimiento, el Centro Andaluz de las Letras homenajeó en esta ciudad a Adolfo Sánchez Vázquez, filósofo y humanista algecireño al que la vida le llevó al exilio mexicano.
A pesar de que han transcurrido quince años de su muerte, sus reflexiones, por ejemplo, sobre ética y política son de una hondura extraordinaria y un ejemplo de que entre las consecuencias de aquella terrible guerra no es la menor el hecho de que España perdiera toda una generación de intelectuales que tuvo que vivir la amargura del destierro.
Así que son los libros, insisto, los que mantienen viva la memoria y es la gente amante de los libros los que se distinguen en esta tarea. Sé que muy probablemente él no estará de acuerdo con que lo cite después de José Luis Cano y Adolfo Sánchez Vázquez, pero en esa tarea de defensa de le lectura y de promoción de los libros destaca, sin ninguna duda, otro algecireño de pro, Juan José Téllez.
El hoy director del Centro Andaluz de las Letras es un todoterreno de la palabra. Es tan de sobra conocido, que todo lo que diga aquí de él seguramente huelga. Como huelga mencionar ahora sus muchos méritos contraídos con esta tierra, pues también son de sobra conocidos.
Pero sí me van a permitir algo para concluir esta brevísima nómina de algecireños vinculados al libro: al margen de sus indudables méritos literarios, lo más valioso de Juanjo Téllez no es lo conocido que sea en esta tierra, sino lo bien que conoce él a esta ciudad y en general a estas dos orillas del Estrecho. Sin duda, algo a valorar mucho en un tiempo en el que lo que parece primar el conocimiento superficial y pasajero de las cosas.
Pero, volvamos a la Plaza Alta, donde hace un rato habíamos dejado a Paco de Lucía correteando en su infancia. Como decíamos, en aquel tiempo no había ni se soñaba con una Feria del Libro, pero el hecho de que la Plaza Alta haya sido siempre el centro urbano, histórico, sentimental y social de la ciudad ya anunciaba que todo lo importante se celebraría y ocurriría siempre allí. Y así ha sido y es, evidentemente.
La Plaza, además, es un lugar muy vinculado al mundo del libro. A mí me parece muy hermoso que esté decorada con esos azulejos, tan del gusto por cierto de nuestra Andalucía, con imágenes de El Quijote, esa joya de la literatura española del Siglo de Oro al que precisamente se rinde tributo en esta XXXIII edición de la Feria del Libro de Algeciras.
Las aventuras y desventuras del ingenioso hidalgo esperan cada año ese mágico ritual que ha vuelto a suceder en 2018: el montaje de las casetas, la llegada de los libros, la expectativa de la gente por encontrar lo que busca, o el simple placer de la aventura de encontrar un libro sin buscarlo o que se produzca la magia de la conversación con los libreros, que constituye un auténtico tesoro en este mundo inundado de prisas.
Pensando en esa época que se homenajea en esta feria, caía en la cuenta de que hoy, a diferencia de entonces, el libro clásico seguramente está en retroceso.
Pero me gustaría que fuéramos justos: el libro, en su momento, fue un artefacto tecnológicamente muy avanzado, que cambió las vidas de millones de seres humanos, incluso podríamos decir que cambió el rumbo del mundo entero.
Con la imprenta, es decir, con los libros, el saber salió del reducido espacio en el que estaba recluido en manos de monjes copistas. Con el libro, el saber se extendió, las ideas avanzaron y llegaron hasta el último confín de la tierra. No, sin duda, no es poca la contribución del libro al avance de la humanidad.
Miren, muy cerquita de la sede de la Fundación Cajasol en Sevilla, en la calle que hoy se llama Pajaritos y que entonces se llamó de la Imprenta, se ubicaba precisamente la primera imprenta que pasó de Europa a América, concretamente a México.
Resulta emocionante pensar que de aquella vieja máquina salieron miles y miles de ejemplares que empezaron a recorrer, por primera vez en la historia, el territorio del Nuevo Mundo.
No es difícil, por tanto, ver cómo los libros están profundamente implicados no solo en nuestras historias personales, sino nuestra propia historia colectiva, como sociedades y como pueblos.
Es verdad que de entonces a acá las cosas han cambiado mucho. Bueno, en realidad, las cosas han cambiado mucho apenas en los últimos 10 ó 15 años.
Tanto cambian las cosas que podríamos temer que aquella gran innovación que fue el libro ahora se encuentra amenazado por estos otros artefactos que nos trasladan, la información y los contenidos en cualquier formato, y a mucha más velocidad. No tengo nada contra los smartphones, ni mucho menos contra los libros electrónicos, que me parecen económicos, ligeros, y muy cómodos. Pero yo, la verdad, es que soy más de leer en un libro-libro.
Para mí el placer de la lectura que me acompaña desde que soy un niño tiene mucho que ver con el tacto de la piel de la portada, o del papel de las páginas.
Incluso cuando entro en una librería de viejo, cuando cojo en mis manos un ejemplar de un libro antiguo, con 50, 70 ó más años, a la vez que valoro el contenido, me pregunto qué ojos habrán mirado ese libro antes que yo.
Sí, porque una de las maravillas de los libros no solo el contenido de sus letras, sus dibujos, o sus fotografías, sino también el hecho de que las miradas y las lecturas sobre ellos son muy diferentes a lo largo del tiempo.
Por ejemplo, antes hablábamos de El Quijote. Seguro que cuando se publicó, en alguna de las rústicas ediciones de la España de principios del siglo XVII, seguramente para muchos no fue más que una novela de caballerías, que tan en boga estaban en aquella época.
Sin embargo, el mismo libro, mirado con los ojos del siglo XXI, representa otra cosa bien distinta, y es ese tratado de psicología humana que nos mostró Miguel de Cervantes con don Alonso Quijano y su fiel Sancho Panza.
Ya les he confesado que en esto de la lectura soy más bien un hombre clásico que me gusta el papel, y el olor de los libros y me resulta un placer el mero hecho de abrirlo para hojearlo. Sin embargo, creo que resistirse a los tiempos es tarea inútil y el libro ya convive, y va a convivir mucho tiempo, con las nuevas tecnologías. Bienvenidas sean, además, porque nos aportan mucho en nuestra vida.
A lo que sí creo que debemos resistirnos es a que esas nuevas tecnologías nos impongan una manera de leer, que al final viene a significar que nos imponen una manera de pensar, de sentir y de vivir.
Yo no quiero que nuestro modo de lectura quede definitivamente marcado por los 140 caracteres, ni por la brevedad de los textos que impone Internet porque eso ya supone imponernos una manera de pensar, marcada por la urgencia y por la falta de profundidad.
Y también nos impone una manera de sentir a toda velocidad, y creo que en este sentido los libros suponen un oasis, un refugio en el que mantener la calma, el placer de la lectura por la lectura, el ritmo pausado que nos hace volver a leer y releer un párrafo hermoso que nos ha llegado al fondo del corazón.
Seguramente este papel es muy distinto al que tenían los libros cuando ostentaban el monopolio de la comunicación, pero en todo caso se trata de un rol muy digno y tremendamente importante.
Además, las herramientas tecnológicas también nos facilitan nuevas perspectivas para que la literatura cumpla con su papel a través de otros caminos, antes inexplorados. Por ejemplo, y confieso que he conocido la iniciativa preparando esta intervención, me ha llamado poderosamente la atención el programa del Centro Andaluz de las Letras para geolocalizar en determinados ámbitos algunas poesías.
Sin duda, el hecho de que un poeta gibraltareño, como Trino Cruz, localice un poema en Algeciras y a la vez en la vecina Main Street de Gibraltar, creo que refuerza el papel de la literatura entre los pueblos. Iniciativas como esta, que extienden el papel de la literatura hacia nuevos territorios, le vienen además como anillo al dedo a territorios como Algeciras, una ventana privilegiada lugares de paso y de encuentro, como todo el Estrecho o la vecina Tánger, otro territorio emblemático de la literatura de frontera.
No quiero terminar estas palabras sin agradecer, y hacerlo de corazón, esta invitación a pronunciar un pregón de la Feria del Libro de Algeciras, que entre el 20 de abril y el próximo 6 de mayo se configura como una de las más prolongadas de Andalucía.
Creo que todos deberíamos felicitarnos por la actividad trepidante y casi frenética en todos estos días, en los que apenas se encuentra una tarde libre en este medio mes de atención constante a los libros y sus historias.
Creo que también es importante la programación, los encuentros literarios, los recitales y las exposiciones.
Desde la Fundación Cajasol hemos querido sumarnos a este importante esfuerzo participando con una exposición que estoy seguro les va a gustar y va a significar una contribución al Año Murillo en Algeciras.
Se trata de nueve obras de pintores contemporáneos a Murillo (Alonso Cano, Valdés Leal, Zurbarán, entre otros), sobre las que no me extiendo porque una imagen vale más que mil palabras y dentro de poco podrán admirarlas personalmente en ese escenario excepcional que es el antiguo hospital de la Caridad de esta ciudad.
Termino, estimados amigos y amigas. Ayer celebramos en todo el mundo el día Internacional del Libro y creo que Algeciras no puede sumarse mejor a esta celebración que organizando esta magnífica Feria a la que este pregonero espera haber humildemente con esta intervención.
Gracias por haberla atendido.