Ismael Yebra, que también era patrono de la Fundación Cajasol, era el vivo ejemplo de hombre del renacimiento, un perfil difícilmente repetible en estos tiempos marcados por las nuevas tecnologías y la inmediatez de las redes. Ejerció de sevillano de la Alfalfa toda su vida y sacó adelante su pasión de escritor, siempre enfocada a los territorios que amaba, como su barrio.
Parafraseando a uno de sus buenos amigos, era un buen médico, pero sobro todo fue conocido por ser un médico bueno que se dedicaba, como ejemplo de su bondadosa naturaleza, a curar a las monjas de los conventos. Unos espacios a los que también les dedicó sus libros y que adoraba frecuentar, incluso en sus vacaciones, por la paz que transmitían. Un detalle que nos habla de su espíritu templado y reflexivo, dos buenas cualidades para todos los tiempos.
En la sede de la Fundación Cajasol en Sevilla, hemos tenido el orgullo de contar con él para muchas iniciativas y actividades, pero déjenme decirles que, en esta ocasión, quiero hablar de él como amigo. Ismael no solo ha sido mi médico, mi dermatólogo, ha sido un buen amigo al que podía llamar en cualquier momento y sin ningún tipo de reticencias, porque él estaba ahí en todo momento. Como les decía, mucho hemos trabajado con él, codo a codo, en innumerables ocasiones ha estado en este teatro, presentando libros que él mismo coordinó, conferencias… pero sin duda, me quedo con los momentos que disfrutamos y conversamos en mi despacho, todo lo que pude aprender y admirar de un hombre tan sabio y cercano.
Creo que en estos tiempos de crisis que vivimos, en plena transformación de nuestra sociedad, nos ayuda mirarnos en los valores y el ejemplo de vida de personas de la talla de nuestro dermatólogo más famoso y querido.
Una referencia intelectual, profesional y sobre todo humana para todos los sevillanos y, principalmente, para los que tuvimos la gran suerte de conocerlo.