Enfilamos 2021 aferrándonos a la esperanza de que la reactivación económica llegue con fuerza en este ejercicio a pesar de que el convulso arranque del año no invita precisamente a ese ejercicio de optimismo por lo rebrotes del virus, el impacto añadido del temporal y otros muchos elementos de inestabilidad política y financiera en todo el mundo.

Ya vamos entendiendo por las sucesivas olas que cualquier pronóstico socioeconómico puede quedar en papel mojado en pocas semanas mientras continuemos sin ponerle fecha final a la crisis sanitaria de la pandemia. Hecha esta salvedad, vamos a atrevernos a analizar algunos puntos, tres de ellos, que me parecen cruciales para el futuro.  

En primer lugar, oteemos el horizonte macroeconómico a nivel nacional y andaluz. Dada la gravedad de la crisis, es difícil encontrar motivos de consuelo. Sin embargo, uno de ellos es que el año 2020 se ha cerrado en España en la horquilla más baja del desplome que se esperaba, con un 11% de caída. Aunque todavía pudo ser peor, para encontrar un terremoto socioeconómico mayor que el actual tenemos que remontarnos a los dramáticos años que siguieron a nuestra guerra civil. En cuanto a la evolución de 2021, aunque la práctica totalidad de las previsiones pronostican un repunte, la verdad es que mientras no se despeje el impacto final de la vacuna en el control definitivo de la crisis sanitaria van a persistir muchas incógnitas e incertidumbres.

En lo que se refiere a la economía de Andalucía, encontramos algunas buenas noticias. Con una contracción casi un punto por debajo de la nacional, la comunidad ha roto nuevamente, como ya hizo en la crisis de 2008 aunque fuera por una décima, la maldición macroeconómica que padecimos en el pasado, cuando caíamos siempre más que la media durante las recesiones cíclicas. El fenómeno denota, a mi entender, un cierto cambio estructural y una mayor fortaleza del tejido productivo regional gracias a la buena salud de sectores estratégicos como el agroalimentario. Solo nos falta confirmar, y eso esperamos, que también creceremos más a la hora del rebote. Y también que seremos capaces de contener la destrucción de empleo, que lamentablemente se mantiene como el eslabón más débil de la economía andaluza.

La preocupante escalada del desempleo es precisamente el segundo aspecto que pretendo abordar aquí, en concreto, la referida a los más jóvenes. El paro de este segmento está alcanzando cifras absolutamente escandalosas: más del 40% a nivel nacional y por encima del 50% en nuestra comunidad. Humanamente, no hay palabras para describir la frustración que vive esta generación de altísima cualificación, muchos de ellos universitarios con estudios de postgrado.

Necesitamos recuperar lo antes posible a este grupo de población para levantar nuestra economía. Necesitamos este inmenso depósito de talento y de innovación en potencia de los más jóvenes, con su maestría tecnológica y su sensibilidad con la protección del medio ambiente, para darle forma al nuevo modelo de sociedad que se abre paso a causa de la pandemia. Por eso nunca hacemos suficiente énfasis en promover la vocación emprendedora y la creación de empresas entre nuestros jóvenes, un compromiso que es una prioridad para la Fundación Cajasol en esta etapa tan compleja de nuestra historia.

Igual de preocupante y seria es la crisis que están soportando las pymes, y entro ya en el tercer asunto de este análisis. El 99% de las empresas afectadas gravemente por la pandemia responden a esta dimensión, lo que explica que España, con menos empresas grandes en su estructura económica que otros países, sea una de las economías comunitarias más golpeadas por el virus. Esta emergencia financiera de las pymes, sobre todos las de restauración, comercio y turismo, exige a mi juicio nuevos planes de choque nacionales para sacarlas de la UCI cuanto antes porque representan los pilares mismos de la economía española y andaluza.

Nuestro futuro está abierto, qué duda cabe, y dependerá de cómo resolvamos todas las variables todavía sin despejar de esta ecuación que es una encrucijada histórica. Pero, al margen de controlar la situación sanitaria gracias a la responsabilidad de todos, lo que ya sabemos es que necesitamos una estabilidad política e institucional y un consenso en cuestiones clave que no siempre están presentes. Como he mencionado en otras ocasiones, la gravedad de la crisis trasciende las viejas dinámicas de la polarización política y los ciclos económicos y nos invita a una nueva forma de ver y entender el futuro desde la cooperación.

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